El quiosco de la Julia era conocido con el
nombre de su propietaria, que a su vez era la madre de una de mis compañeras de
clase durante la E.G.B. El quiosco apareció un verano en “el paseo”, una calle
con una acera más ancha de lo que era habitual en el barrio, con algunos bancos
y un intento de zona verde (unos cuantos árboles y algo de césped). Al
principio era un quiosco de helados, de esos efímeros que aparecían y
desparecían con el verano. No recuerdo cómo ni cuándo, pero el caso es que el
quiosco de la Julia poco a poco fue asentándose, alargando los veranos y
ampliando su oferta de productos. La ampliación empezó con las chuches y en unos años era de lo más
variada, llegando a convertirse en el primer paki del barrio, sin que su propietaria fuera paquistaní. Si un
domingo habías olvidado comprar el postre, Julia te vendía la tarta helada y
una botellita de cava para acompañar. Allí comprábamos los cigarrillos sueltos,
las velas para el cumpleaños, incluso podías sentarte en un par de taburetes
que había fuera del quiosco y disfrutar de una cerveza bien fría. Siempre me
fascinó la tenacidad de Julia, su dedicación al trabajo, no faltó ni un solo
día a su puesto. No puedo evitar sentirme triste cuando paso por allí y veo el
espacio que ha dejado el quiosco, porque es una metáfora evidente del vacío
que, al morir, dejó Julia en la vida del barrio.
Gracias, M.
1 comentari:
Gracias, G.
Nada muere... Sobretodo si alguien lo escribe.
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