dilluns, 27 de febrer del 2012

El pasaje

Hay misterios insondables en la vida, cosas como de dónde venimos, a dónde vamos y quiénes somos en realidad. Pero existen muchos otros misterios que pasan desapercibidos por su cotidianeidad. El que me propongo explicar es uno de esos misterios, por definición, sin solución aparente.

En un barrio de Barcelona hay una pequeña calle, el Passatge X. Es un lugar anacrónico en pleno siglo veintiuno, un pequeño remanso en medio de la locura de esta ciudad postmoderna. La calle consta de diecisiete casas, once en el lado sur, y siete en el costado norte. Este lado tiene menos casas porque por lo visto derribaron unas cuatro casas (si es que ambos lados eran simétricos) para construir dos bloques de viviendas de unas cuatro plantas, uno de ellos en la parte este de la calle y otro en el centro, entre las casas.

No he consultado archivos, y tampoco he observado detenidamente las casas, pero siempre que, por placer y nunca por trabajo, pasaba por el barrio, forzaba mi camino para pasar por el Passatge X. Intentaba imaginar cuándo las construyeron, por qué habían derribado algunas sí y otras no, en fin, construía historias sobre esas casas y el barrio en el que se encontraban y con el que para nada congeniaban arquitectónicamente.

El primer recuerdo consciente que tengo es en invierno. Un invierno no especialmente frío en la ciudad de Barcelona, pero que sí que contó con la típica semana de frío polar explicado por no sé qué corrientes de aire provenientes de Siberia. Creo que fue precisamente durante esa semana cuando pasé por allí por primera vez. Me sorprendió encontrar esa calle con sus casas, sus pequeños patios delanteros, algunos de ellos con una motocicleta cubierta con un plástico, otros con plantas (bastante muertas, pensé, a causa del frío).

Nunca me sorprendió nada en especial de aquella calle, hasta que un día, como por encanto me di cuenta que las puertas y las ventanas de todas las casas estaban cerradas. Nada extraño en invierno, pensé, y menos a las horas a las que yo solía pasar por allí, normalmente temprano por la mañana o muy tarde por la noche. Pero empecé a pasar por aquella calle a horas diferentes, y a fijarme, por si me había despistado y sí había alguna ventana que contradijera, con sus postigos abiertos, el aparente silencio de la calle.

Pero ninguna ventana se abrió nunca, ninguna persiana se movió a no ser por un repentino golpe de viento. Las puertas permanecían cerradas, las motocicletas inmóviles en los patios, bajo sus plásticos. El invierno iba pasando, llegaba el buen tiempo, pero ni aun así cambió la situación en el Passatge X.

Una mañana, cuando iba hacia el trabajo, oí un ruido de llaves en una de las puertas, la número 9, creo. No podía creer que fuera cierto, así que me paré en seco para ver a la persona o personas que se disponían a salir de la casa. Pero cuando yo me paré, el sonido de llaves también paró. Caminé unos pasos más, siempre mirando hacia atrás para no perderme el acontecimiento. Pero no pasó nada. Las llaves no volvieron a sonar. Nadie salió de la casa.

Nunca he vuelto a ese barrio. No quería molestar.