dimecres, 16 de març del 2011

New York, New York


Ella quería venir a Nueva York. Era uno de esos deseos que una tiene desde siempre, casi sin saber por qué, con un objetivo claro pero de origen incierto. Como lo mío con Argentina, que empezó hace 20 años y aún no ha terminado (diría que justo empezó en aquel – lejanísimo ya para mí – 2004). Esos lugares que inexplicablemente te atraen, por su cultura, su clima, su gente, su literatura, su cine…

Ahora lo pienso y soy incapaz de saber por qué ella quería venir a Nueva York. No recuerdo si le gustaban las películas de Woody Allen, o el jazz, o los musicales de Broadway, o los museos de arte moderno… Sólo hablamos una vez del tema, y quizá yo le diera más importancia de la que en realidad tenía. El caso es que ese deseo, que era el suyo, se convirtió en el mío. Como si mi viaje al otro lado del Atlántico en compañía de su ausencia fuera suficiente para resarcir el hecho de que ella nunca vendrá a esta ciudad. Como si comprar el famoso poster de Manhattan y meterlo en la maleta pensando en cuándo se lo daré, como si eso fuera posible, compensara el vacío de no tenerla en mi vida.

Llevo una semana aquí, he paseado por Central Park, he ido a ver Cats, he visitado el MoMA (Erica, a ti si podré darte lo que te he comprado en su tienda de regalos), he cenado en el Village. En fin, he hecho cuanto he podido de lo que me recomendaron gentes varias que estuvieron aquí antes que yo. Y hoy, 18 de marzo, último día de mi visita a esta ciudad, he ido a la Estatua de la Libertad. Me he quedado de pie cerca de la base y he cerrado los ojos. He cerrado los ojos y he sonreído, porque aunque la eche de menos cada día, no puedo evitar alegrarme de haber conocido a la persona más libre del mundo.

dimarts, 8 de març del 2011

Homenatge al poble, metro de Moscou, juliol 2010
Per totes les dones i per totes les lectores!