divendres, 30 de novembre del 2012

Quan va veure els resultats no s’ho podia creure. Malalt? Si ell no havia fet res malament... no fumava, no bevia, no anava amb dones que fumessin ni beguessin (i menys amb homes, faltaria més!). Tota la vida havia fet el que li havien dit: la mare, els mossens de l’escolta, el seu cap, la seva dona, els companys de partit, la directora de la coral. Mai de la vida s’havia sortit del camí marcat: de casa a la feina, a aixecar el país, com deia el pare. Estalviava els seus diners, treballava de valent i va tenir una mica de sort, perquè no reconèixer-ho. Menjava bé, anava en bicicleta, pujava cims a l’estiu i caminava per la sorra de la platja perquè és bo per a la circulació. Anava sempre net i polit, de trajo i corbata, tot combinat, de la millor qualitat. Els cabells (afortunadament no s’havia quedat calb, com aquell carallot del partit que no podia veure ni en pintura) sempre ben col•locats, ni un ble fora de lloc. El somriure blanc, recte, impecable. Abans de res, la higiene.

I justament ara, que es creia a la millor època de la seva vida... li quedaven pocs anys per jubilar-se, però encara tenia moltes coses a fer. Volia que a l’empresa el recordessin per sempre, perquè després d’haver-hi treballat tants anys s’ho mereixia, i perquè ningú dels que hi havia treballat era la meitat de guapo, intel•ligent i carismàtic que ell, què caram. Però no, resulta que ara està malalt, i s’haurà d’anar retirant a poc a poc, com una andròmina que ningú no vol perquè fa més nosa que serveix. Qui ho havia de dir, tan bé com ho havia fet tot!

Bé, potser sí que alguna vegada havia fet una pipada a una cigarreta, i també és cert que de tant en tant li agradava prendre una copa de licor per celebrar les victòries del Barça (això sí, Ratafia o Aromes de Montserrat, que es pot ser pecador i patriòtic alhora). Ara que ho pensa, més d’una nit li ha arribat el matí fora de casa, a llocs pocs recomanables per a homes de la seva categoria. Però vaja, qui no fa “una cana al aire”, que diuen els castellans, de tant en tant? I la feina... potser sí, que ha delegat massa i no s’ha preocupat de comprovar si la feina era ben feta, i per tant sense fronteres, o mal feta i sense futur. Però qui podia arribar a pensar que aquestes petites entremaliadures li podrien passar factura... ell no, per descomptat.

Ja veu les cares dels subalterns del despatx, que mai l’han pogut veure, amagant un somriure de compassió quan se’l creuin pels passadissos. “Estar malalt no vol dir estar mort”, li ha dit el metge. No, però això només és el començament.



divendres, 13 de juliol del 2012

Tiene que ganar. Está aquí para ser la campeona, la número uno, la más rápida, la más lista, la que tiene las ideas más brillantes, la que todo lo sabe… No puede perder ni un segundo, no puede dar tregua al enemigo, no es eso lo que ha aprendido. Tiene que ser más fuerte, más grande, más, más, más… Son dos, y sólo puede quedar uno. En este caso, una. Porque tiene que ser ella. No serlo sería fracasar, dar su brazo a torcer, claudicar, rendirse. Reconocer que se equivoca no es una opción, daría argumentos a su enemigo para próximas ocasiones. Tampoco puede mostrar sus debilidades, porque eso la dejaría indefensa; cuando tu enemigo conoce tus debilidades las utiliza para hundirte, para ganar la batalla. Eso es lo que ha visto siempre a su alrededor. No le cuentes a nadie tus defectos, lo que te preocupa, lo que te asusta, lo que te inquieta y te hace sentir pequeña. Si lo saben, lo usarán contra ti, para hacerte daño, para abandonarte por no cumplir sus expectativas, para marcharse a buscar personas mejores que tú. Nunca compartas tus miedos ¿en qué lugar quedas si lo haces? Cobarde, mentirosa, cabezota, débil, miedosa, celosa, minúscula, invisible…

El enemigo sólo quiere conocerla, saber qué le preocupa, qué la hace sentir pequeña. Conocer sus defectos, porque para él sus virtudes son evidentes. Aprender, abrazar, acariciar, compartir, discutir a veces, comer, beber, jugar, viajar, reír… Él también es débil y jamás usaría eso contra nadie, esto no es una guerra, pero ella aún no lo sabe.

divendres, 8 de juny del 2012


Me levanto por la mañana y lo primero que hago es mirarte. Tienes los ojos cerrados, como la mayoría de las veces que te veo. Duermes, sin sobresaltos, si sueños extraños que te perturben. Sólo a veces un pequeño sonido con los labios, como si buscaras algo, como si quisieras besar a alguien muy, muy lejano. Y algunas veces juntas un poco las cejas, como regañaras a alguien.

Vuelvo de mis obligaciones y duermes. Los mismos párpados, las mismas pestañas, los mismos ojos... pero la cara es diferente, está como cansada. No entiendo por qué, si eres como el gato más dormilón del mundo, pero me explican que mientras yo no estaba has hecho millones de cosas, has reído, has comido, le has gritado a la vecina porque no te ha saludado en el ascensor. Pero yo te encuentro durmiendo. Otra vez.

No entiendo la fascinación de todos contigo. Parecen embobados, como si fueras un ser extraordinario nunca antes conocido por la humanidad. “Pues no hay para tanto,” pienso, mientras te observo dormir. Eres como el resto de las personas, sólo que más pequeña. Tienes brazos, piernas, orejas, nariz… lo único que te faltan son los dientes, pero me han dicho que eso llegará en unos meses.

La verdad, me esperaba otra cosa. El milagro de la vida, lo llaman algunos. El milagro del aburrimiento, diría yo. Dormir, comer, dormir. Menudo milagro. Y además, eres una ladrona de afectos. Ya nadie se acuerda de mí, a veces me parece que me he vuelto invisible. Me pongo delante de mi madre, le hago caras, le saco la lengua, incluso me atrevo a levantar el dedo corazón en su presencia, cosa totalmente prohibida hace sólo unas semanas. Pero ni me ve. Siempre está ocupada, pasa por mi lado como si yo fuera un fantasma. El otro día intenté atravesarla, como si fuera humo, pero sólo conseguí que tropezara, rompiera un vaso y me castigara mandándome a mi cuarto para que no moleste.

El sábado vamos a casa de mi prima favorita. Con ella nos subimos a los árboles, hemos estado a punto de morir en millones de aventuras, imaginamos mundos más allá de las plantas de su padre, mi tío, que invaden todos los rincones de su casa. Vemos una selva en el patio, una piscina olímpica en el pasillo, un barco cruzando los mares en la buhardilla. Eso sí es divertido. Ella no duerme todo el día, me cuenta chistes, me hace reír, me explica cuentos de miedo y se hace la valiente porque es un año menos veinticuatro días mayor que yo. Lo hemos contado.

Pero resulta que tú también vienes. Genial. Ahora voy a tener que vigilarte mientras los mayores se toman el café, para que “descansen” un poco. No sé de qué se cansan. Están todo el día sentados hablando y comiendo… un poco como tú, sólo que tú no hablas. Todavía.

Y sí, el día llega y tal y como me imaginaba, me toca vigilarte. Me quejo y protesto, no sé de qué te tengo que proteger, nadie va a molestarte, todo el mundo está ocupado y duermes, duermes, duermes… Hasta que de repente, cuando estamos las dos solas en la habitación, te despiertas. Me sorprendes mirándote y me sonríes, mueves las manos y los pies, mi madre dice que haces eso cuando quieres que te cojan en brazos. Así que te cojo en brazos, con mucho cuidado porque eres tan pequeña que tengo miedo de que te rompas y me castiguen, como cuando rompí el jarrón de mi abuela, aunque fuera sin querer. Y cuando te cojo, me agarras la oreja y juegas con ella, y te debe parecer muy gracioso, porque empiezas a reír a carcajadas. Ríes tanto que puedo ver un pequeño diente que empieza a asomar por tu encía.

El pequeño diente que todavía conservas (a veces la evolución tiene pequeños fallos que nadie sabe explicar). Han pasado treinta años y lo que no entiendo ahora es como alguien puede no fascinarse contigo, mi niña preciosa. Felicidades.



dilluns, 27 de febrer del 2012

El pasaje

Hay misterios insondables en la vida, cosas como de dónde venimos, a dónde vamos y quiénes somos en realidad. Pero existen muchos otros misterios que pasan desapercibidos por su cotidianeidad. El que me propongo explicar es uno de esos misterios, por definición, sin solución aparente.

En un barrio de Barcelona hay una pequeña calle, el Passatge X. Es un lugar anacrónico en pleno siglo veintiuno, un pequeño remanso en medio de la locura de esta ciudad postmoderna. La calle consta de diecisiete casas, once en el lado sur, y siete en el costado norte. Este lado tiene menos casas porque por lo visto derribaron unas cuatro casas (si es que ambos lados eran simétricos) para construir dos bloques de viviendas de unas cuatro plantas, uno de ellos en la parte este de la calle y otro en el centro, entre las casas.

No he consultado archivos, y tampoco he observado detenidamente las casas, pero siempre que, por placer y nunca por trabajo, pasaba por el barrio, forzaba mi camino para pasar por el Passatge X. Intentaba imaginar cuándo las construyeron, por qué habían derribado algunas sí y otras no, en fin, construía historias sobre esas casas y el barrio en el que se encontraban y con el que para nada congeniaban arquitectónicamente.

El primer recuerdo consciente que tengo es en invierno. Un invierno no especialmente frío en la ciudad de Barcelona, pero que sí que contó con la típica semana de frío polar explicado por no sé qué corrientes de aire provenientes de Siberia. Creo que fue precisamente durante esa semana cuando pasé por allí por primera vez. Me sorprendió encontrar esa calle con sus casas, sus pequeños patios delanteros, algunos de ellos con una motocicleta cubierta con un plástico, otros con plantas (bastante muertas, pensé, a causa del frío).

Nunca me sorprendió nada en especial de aquella calle, hasta que un día, como por encanto me di cuenta que las puertas y las ventanas de todas las casas estaban cerradas. Nada extraño en invierno, pensé, y menos a las horas a las que yo solía pasar por allí, normalmente temprano por la mañana o muy tarde por la noche. Pero empecé a pasar por aquella calle a horas diferentes, y a fijarme, por si me había despistado y sí había alguna ventana que contradijera, con sus postigos abiertos, el aparente silencio de la calle.

Pero ninguna ventana se abrió nunca, ninguna persiana se movió a no ser por un repentino golpe de viento. Las puertas permanecían cerradas, las motocicletas inmóviles en los patios, bajo sus plásticos. El invierno iba pasando, llegaba el buen tiempo, pero ni aun así cambió la situación en el Passatge X.

Una mañana, cuando iba hacia el trabajo, oí un ruido de llaves en una de las puertas, la número 9, creo. No podía creer que fuera cierto, así que me paré en seco para ver a la persona o personas que se disponían a salir de la casa. Pero cuando yo me paré, el sonido de llaves también paró. Caminé unos pasos más, siempre mirando hacia atrás para no perderme el acontecimiento. Pero no pasó nada. Las llaves no volvieron a sonar. Nadie salió de la casa.

Nunca he vuelto a ese barrio. No quería molestar.