dijous, 19 de març del 2009

Este año tenía más ganas que otros de darle la bienvenida. Siempre tenía ganas de verla, de sentirla, de oírla, porque siempre era un placer compartir con ella los días que se alargan casi imperceptiblemente, al calor del un sol tenue que promete ir ganando intensidad.

Este año la echaba mucho de menos. Le faltó al iniciar nuevos proyectos, nuevas relaciones, nuevas realidades y sueños. Pero su recuerdo siempre le daba ánimos. La perspectiva de volver a encontrarse con ella en unos meses le alegraba la vida. Y cuando la veía, eterna, suspendida en las fotos que adornaban su casa, se hacía más intensa la necesidad de volver a sentirla sobre su piel.

Y es que aquel año, el verano había dejado paso directamente al invierno. El otoño se esfumó. No hubo hojas muertas durante semanas en el paseo, las temperaturas bajaron sin previo aviso. La gente huyó de la playa abandonando allí sus toallas, escapando del frío. Y al llegar a casa rescató la ropa de abrigo del fondo de los armarios, altillos y baúles.

Dada esta extraña circunstancia, llegó a pensar que ella no vendría. Ella es así, voluble, inestable, y cualquier cosa podía hacerla cambiar de opinión. Pero ella ha venido. Está en la puerta, esperando que la reciban. No puede entrar hasta que no sea el momento, pero ya está lista, impaciente como siempre. Ojalá que nada ni nadie nos prive jamás de la primavera.

1 comentari:

lasoniete ha dit...

nena, més que primavera sembla tardor...