dilluns, 31 de març del 2008

No abras la ventana


Esto es un cuento. La historia comienza con una pareja que está en una cama. La habitación es pequeña, apenas lo justo para que quepa la cama, un armario y un par de mesillas de noche. El resto de la vivienda no es mucho más: una pequeña sala con una mesa y dos sillas, una minúscula cocina y un baño en el que no pueden entrar ambos a la vez porque se entorpecen el uno al otro por la falta de espacio.

En la habitación hay una ventana, y otra en la sala – comedor. La del comedor está cubierta por un estor de color crema que deja pasar un poco de luz del exterior, pero la de la habitación no tiene estor, ni cortina. Sólo una persiana que siempre está bajada. No vale la pena abrirla, las vistas no inspiran demasiado. Una calle estrecha, un edificio abandonado justo enfrente, y poco sol es todo lo que se puede ver desde esa ventana. Además, las noches de fin de semana el neón del bar musical de abajo no deja dormir con sus intermitencias azules y rosas. Así que apenas abren la persiana, salvo para ventilar, cuando abren también la ventana y la dejan así todo el día, mientras están en el trabajo.

No les importa demasiado la falta de fantásticas vistas, porque no están mucho en casa y porque así preservan su intimidad de los ojos curiosos del vecindario, demasiado poblado y tan aburrido que una de las pocas diversiones consiste en meterse en las vidas ajenas. La estrechez de las calles favorece el cotilleo, así que no les preocupa tener la persiana bajada. Sobre todo cuando comparten sus momentos más íntimos, aquellos que les dejan sus trabajos, de horarios imposibles.

Disfrutan de cada uno de esos momentos como si fuera el primero. No hace mucho que viven juntos, y quizás esa sea la explicación de que aún no hayan perdido del todo la pasión. O quizás no la pierdan, por lo menos no de momento.

Una de las primeras veces que hicieron el amor en el piso acababan de trasladarse. Era un verano húmedo, y acabaron sudando entre las sábanas, satisfechos pero exhaustos. Entonces ella se levantó de la cama, y él le preguntó:
- ¿Dónde vas?
- A abrir la ventana – dijo ella – Me muero de calor. Me da igual que me vean los vecinos, voy a abrir para que corra un poco de aire.
- No puedes hacer eso – dijo él.
- ¿Por qué no?
- Porque estamos en pleno enero, y esa ventana da directamente a la Plaza Roja. ¿Tienes idea del frío que hace en Moscú ahora mismo? ¿Estás loca? No puedes abrir la ventana.

Ella sonrió, y a partir de aquel día, cada vez que alguno de los dos intenta abrir la persiana el otro le recuerda por qué no puede hacerlo.
- ¿Abrir la ventana en plena Costa Brava, con la tramontana en todo su esplendor? Déjalo para luego y vuelve a la cama...
- No, cariño, no abras aún. Me gustan más las calles de París cuando anochece y se encienden las luces. Si la vemos ahora nos parecerá una ciudad como todas las demás, sin ningún encanto. Vuelve conmigo a la cama...
- A veces pienso que no estás muy bien de la cabeza. ¿A quién se le ocurre querer abrir la ventana ahora? Vale que estamos en un oasis, pero al fin y cabo esto es un desierto... vuelve, vuelve, vuelve...

Y así, buscando excusas para no salir de la cama, para no abrir la ventana, pasan los días. Cada día viajan a un lugar diferente, cada día es una sorpresa. Nunca hay planes, así que siempre es una incógnita en qué lugar van a amanecer por la mañana… Sólo hay una norma, aunque nunca hablan de ella ni se la han impuesto, pero ha surgido así… No se puede repetir sitio. Se trata de vivir cada día en un sitio distinto, de oler cosas diferentes cada mañana, de hablar miles de idiomas, tantos como hay en el mundo, aunque ni siquiera sepan que existen.

A veces la gente del barrio se pregunta por qué sonríen aquel par, por qué salen de casa, casi cada día, con el aire distraído de alguien que acaba de volver de un largo viaje en algún lugar lejano y que regresa observando atónita lo que la ha rodeado siempre como si lo hiciera por primera vez. Y es que aparentemente no hay muchos motivos para sonreír cuando se vive en un barrio gris, de calles estrechas, casas pequeñas y futuros inciertos. Pero ellos parecen haber encontrado algunos. Tantos como lugares increíbles hay en el planeta.

De repente un día se dan cuenta de que han estado en un montón de lugares sin salir de casa, sin ni siquiera ver la luz. A él le hizo especial ilusión el viaje a Londres, porque el sol de la primavera brillaba con tal fuerza sobre las casas de colores de Notting Hill, que tuvieron que dejar la persiana bajada para no deslumbrarse. Y ella disfrutó como una cría cuando, cerca de Tombuctú, una inesperada tormenta de arena les obligó, de nuevo, a mantener la persiana cerrada. Siempre la han atraído los desiertos, y recuerda aquel día como uno de los mejores viajes de su vida en común.

Mañana es domingo. Mañana no hace falta poner el despertador. Mañana pueden dormir hasta que se cansen… Mañana, cuando abran la persiana, tomarán el café mirando por su ventana, observando las vistas desde lo más alto de la abadía del Mont Saint Michel, discutiendo dónde empieza Bretaña y acaba Normandía, porque la bruma del Atlántico no les deja distinguir el río ni el horizonte. Y porque en realidad, cuando desde la ventana de tu dormitorio puedes ir a donde quieras, las fronteras no existen.

dilluns, 10 de març del 2008

49 anys...


Un altre d'aquells dels que ningú se'n recorda...

divendres, 7 de març del 2008

Permítanme que me ponga sentimental...

Alguna vez me han preguntado por qué hay un día de las mujeres y no hay un día de los hombres... casi siempre contesto que el día de los hombres es casi todos los días, pero la intención de hoy no es ponerme feminista (o sí?)

Bueno, a lo que voy, yo miro a mi alrededor y tengo muy claro por qué las mujeres que me rodean se merecen un día:

Mi madre porque no se pueden usar las palabras para explicar por qué se lo merece.

Mi hermana, por ser valiente y vivir como quiere, aunque las demás no siempre la entendamos.

Mi abuela, por empezar todo esto, como mínimo...

Mis tías, porque entre todas han vivido 100 vidas, a cuál más difícil, y aún así siempre están ahí.

Mis primas... qué puedo decir de ellas... que afortunadamente en el reparto de familias me tocaron también buenas amigas.

Mis amigas, todas ellas, las que están lejos y las que están cerca, porque a pesar de los despidos, las rupturas, los kilómetros, los celos, las broncas y el mileurismo, hacen que todo parezca menos malo cuando lo compartimos.

Mis ex compañeras de trabajo, que no amigas ;-P, por enriquecer el mundo, cada una con el suyo, tan distintas y tan interesantes, y por abrirme los ojos a realidades que a simple vista pasan desapercibidas.

Y el montón de mujeres que me cruzo cada día, cada una con sus cosas, cada una con su lucha, con sus miedos, con sus dramas, pero sobre todo, con su valentía y su capacidad de seguir adelante, siempre adelante.

Gracias a todas por ser mi inspiración!


PD: no os perdáis el cartel de Sonia para celebrar este día... (http://sonietefuen.blogspot.com/, post del 25/02/08)