dimarts, 13 de setembre del 2011


Todo el mundo le dijo que era demasiado pronto. Que ella nunca había hecho nada sola, que había vivido durante muchos años en un entorno privilegiado, que tenía suerte de tener un séquito de gente para decidir lo que era mejor para ella, las amistades que le convenía cultivar, la dieta que debía seguir para verse (y que la vieran) siempre perfecta. Que sólo hacía unos meses que había abandonado al príncipe, y el castillo, y eso incluso después de que todo el mundo se lo desaconsejara con vehemencia. Que el escándalo había sido mayúsculo, y lo más adecuado era dejar pasar el tiempo, mucho tiempo, y esperar al olvido de las portadas de las revistas, los progamas de la televisión, para recuperar el anonimato que había tenido una vez, antes de convertirse en la esposa del príncipe heredero. Cuando sólo era una más de todas las mujeres del reino.

Los primeros días se refugió en la antigua casa paterna, pese a la oposición de su madre y su padre a la decisión que había tomado. La acogieron por no aumentar las habladurías, por no sentirse señalados por la calle como unos malos padres que no aceptaban a su hija pródiga. Una hija que había abandonado las comodidades, los privilegios, un futuro sin preocupaciones... por más que lo intentaban, no podían entenderlo. Todas las mujeres envidiaban su suerte, y ella la desperdiciaba, olvidaba sus obligaciones como princesa y se empeñaba en quimeras absurdas. 

Pero ella estaba decida a seguir adelante, a no conformarse con las reverencias hipócritas o asustadas de la mayoría de los súbditos. No soportaba más bailes de gala, más cócteles, más actos benéficos con personas que acudían a ellos y que, por un porcentaje ínfimo del valor del vestido que llevaban puesto, sentían que contribuían a erradicar la miseria del mundo.

El príncipe le había prometido que con ella en palacio, las cosas serían diferentes. Ella aportaba frescura a la monarquía, tenía puntos de vista modernos que podrían hacer que todo empezara a cambiar. Ella conocía al pueblo, provenía de él, y quién mejor que una persona sencilla para acercarse a los súbditos y ayudarles a solucionar sus problemas. Pero en el momento en que intentó expresar opiniones propias le dejaron claro que lo único que le estaba permitido era ser encantadora. Sonreír, saludar, inclinarse ante su suegra, besar manos de obispos, recibir saludos militares de generales.

Aguantó todo lo que pudo. Porque amaba al príncipe y amaba a su pueblo. Incluso hubo momentos en los que llegó a estar convencida de que funcionaría. Pero un día se dio cuenta de que lo único que la retenía en palacio era su amor por el príncipe, porque el amor a su pueblo podía expresarse de otras maneras más justas, más grandes, más allá de una familia perpetuándose en un privilegio absurdo y obsoleto. Y decidió dejar el palacio. Porque su amor por el príncipe no era suficiente. Necesitaba algo más... necesitaba saber que no sería para siempre la reina madre, fosilizada en los libros de historia.

El camino no fue fácil, no podía esperar a que la gente la olvidara, tuvo que aprender, dejar de alternar con unas gentes y empezar a hacerlo con otras, salir a la calle, intentar entender, enfrentarse a los que le ponían trabas, a los que hablaban de ella sin conocerla. Pero también encontró gente que creyó en ella, en su fuerza e inteligencia, y se unieron a su proyecto. Y después de tantos años como  decepciones, traiciones e ilusiones, cuando dejó de ser la ex-princesa consorte y se convirtió en la primera presidenta de la República, supo que por fin tenía un hada madrina.




dilluns, 5 de setembre del 2011

The Girl Who Bumped Is Still Here

La chica que se encontraba por casualidad con las personas empezó a existir en una pequeña libreta, de la mano de Iris, en un bar de una ciudad musical muy al norte de aquí. De aquello hace ya casi seis años. Hoy, aquí, después de todo lo pasado, lo presente, lo futuro y lo infinito... ha vuelto. De momento no ha traído la libreta inspirada, ni las pintas de cerveza (las ha cambiado por unas cañas), ni las prendas de lana... El frío no le corta los labios todavía, sus padres adoptivos y perplejos ya la conocen, no hay que explicarles que está basada en hechos reales, que es todos mis otros yos juntos, que lo que me enseñó en aquella ciudad del norte y en el siguiente verano bretón aún no se me ha olvidado, aunque algunos días tenga dificultades para encontrarlo en el caos de mi cabeza.

Ha vuelto y espero que se quede, aunque venga silenciosa y se haga de rogar... funky times are back again!