dilluns, 11 de maig del 2015

La rutina de viajar


Hace poco, en un coche que no conducía yo, desde el asiento de atrás, mirando por la ventana un paisaje amigo pero poco conocido, me invadió la sensación de que ésa era de verdad mi vida. Viajar, moverme, hablar idiomas distintos a los que hablo en mi rutina diaria, descubrir caminos, admirar catedrales de madera,  jugar con niñas que acaban de conocerme. 

Comprendí de repente que una no ha nacido para estar entre cuatro paredes (las mismas cada día) rodeada de la misma gente, la misma música, los mismos olores. Que sí, que la familiaridad está muy bien, me da seguridad y me tranquiliza, pero mirando por la ventana de aquel coche sentí que lo que quiero hacer es andar, explorar caminos nuevos y de vez en cuando volver a pasear por los ya visitados, porque tal y como releer no es solo volver leer, reandar un camino no es solo andar por él de nuevo.

Ayer volví a sorprenderme en el tren deseando que ese viaje no acabara nunca. Ojalá pudiera deslizarme por las vías sin fin, sin destino, sin que nadie me espere en alguna parte. Solo viendo pasar los árboles, las amapolas, las ciudades. Disfrutar del paisaje mientras dure el día, y por la noche, cuando la ventana solo me devuelva mi reflejo, ignorarlo, desviar mi atención hacia las páginas de un libro, y seguir viajando. 

dilluns, 4 de maig del 2015

Hoy es 20 de noviembre*, gran fecha para escribir sobre esta historia… En todas las reuniones de mi vida en las que han participado personas de cierta edad he escuchado historias sobre correr delante de los grises. Un día, con 5 años, yo corrí delante de los marrones. Ahora, con 38, puedo contar un par de veces en las que he huido corriendo de los azules, pero será otro día. Y como se decía en las manifestaciones durante los tiempos de cambio de color, de azul o de marrón…. En fin, supongo que sabéis cómo acaba la rima. Y si no, echadle imaginación (que también rima con marrón).

A lo que iba: yo corrí delante de los marrones a los 5 años. Mi padre me agarraba de la mano y yo alucinaba porque tenía la sensación de ni siquiera pisar el suelo, de tan rápido como corría… Nunca olvidaré aquel vacío bajo mis pies, pisando el aire, casi como magia. Tan flipada estaba con mis pies, que volaban, que no presté atención a los caballos, ni a los hombres uniformados – de marrón – que los montaban y agitaban sus porras, ni al gentío que corría en todas direcciones y desde todas partes, huyendo de los golpes, sin saber hacia dónde, porque los marrones estaban en todas partes. Yo no sé ni de dónde venía aquel día, ni por qué nos pilló en la calle a mi padre y a mí, ni si era domingo o volvíamos del cole. Sólo sé que corrí por el aire. Y no tuve miedo.

El miedo apareció cuando llegamos a casa, y nos encontramos a mi madre, y a la familia de la puerta de al lado refugiada en nuestro piso, porque un bote de humo había entrado por su ventana (vivíamos en un séptimo) y en su casa no se podía respirar. También tuve miedo cuando oí a los mayores explicar que una pelota de goma le había dado a un vecino en la cara y no sabían si había perdido el ojo. Cuando especulaban, sin tener fuentes fiables, sobre el número de detenidos. Muchos, sin duda; una de las comisarías más importantes de la ciudad estaba tan cerca... Me sentí asustada y triste, porque así estaban los adultos a mi alrededor, pero en el fondo sabía que era valiente, y que aquellos hombres de marrón nunca podrían hacerme daño a mí, porque yo podía correr sobre el viento. Tristemente descubrí años más tarde que ellos también pueden.



*A veces sigo escribiendo aunque no publique...