divendres, 8 de juny del 2012


Me levanto por la mañana y lo primero que hago es mirarte. Tienes los ojos cerrados, como la mayoría de las veces que te veo. Duermes, sin sobresaltos, si sueños extraños que te perturben. Sólo a veces un pequeño sonido con los labios, como si buscaras algo, como si quisieras besar a alguien muy, muy lejano. Y algunas veces juntas un poco las cejas, como regañaras a alguien.

Vuelvo de mis obligaciones y duermes. Los mismos párpados, las mismas pestañas, los mismos ojos... pero la cara es diferente, está como cansada. No entiendo por qué, si eres como el gato más dormilón del mundo, pero me explican que mientras yo no estaba has hecho millones de cosas, has reído, has comido, le has gritado a la vecina porque no te ha saludado en el ascensor. Pero yo te encuentro durmiendo. Otra vez.

No entiendo la fascinación de todos contigo. Parecen embobados, como si fueras un ser extraordinario nunca antes conocido por la humanidad. “Pues no hay para tanto,” pienso, mientras te observo dormir. Eres como el resto de las personas, sólo que más pequeña. Tienes brazos, piernas, orejas, nariz… lo único que te faltan son los dientes, pero me han dicho que eso llegará en unos meses.

La verdad, me esperaba otra cosa. El milagro de la vida, lo llaman algunos. El milagro del aburrimiento, diría yo. Dormir, comer, dormir. Menudo milagro. Y además, eres una ladrona de afectos. Ya nadie se acuerda de mí, a veces me parece que me he vuelto invisible. Me pongo delante de mi madre, le hago caras, le saco la lengua, incluso me atrevo a levantar el dedo corazón en su presencia, cosa totalmente prohibida hace sólo unas semanas. Pero ni me ve. Siempre está ocupada, pasa por mi lado como si yo fuera un fantasma. El otro día intenté atravesarla, como si fuera humo, pero sólo conseguí que tropezara, rompiera un vaso y me castigara mandándome a mi cuarto para que no moleste.

El sábado vamos a casa de mi prima favorita. Con ella nos subimos a los árboles, hemos estado a punto de morir en millones de aventuras, imaginamos mundos más allá de las plantas de su padre, mi tío, que invaden todos los rincones de su casa. Vemos una selva en el patio, una piscina olímpica en el pasillo, un barco cruzando los mares en la buhardilla. Eso sí es divertido. Ella no duerme todo el día, me cuenta chistes, me hace reír, me explica cuentos de miedo y se hace la valiente porque es un año menos veinticuatro días mayor que yo. Lo hemos contado.

Pero resulta que tú también vienes. Genial. Ahora voy a tener que vigilarte mientras los mayores se toman el café, para que “descansen” un poco. No sé de qué se cansan. Están todo el día sentados hablando y comiendo… un poco como tú, sólo que tú no hablas. Todavía.

Y sí, el día llega y tal y como me imaginaba, me toca vigilarte. Me quejo y protesto, no sé de qué te tengo que proteger, nadie va a molestarte, todo el mundo está ocupado y duermes, duermes, duermes… Hasta que de repente, cuando estamos las dos solas en la habitación, te despiertas. Me sorprendes mirándote y me sonríes, mueves las manos y los pies, mi madre dice que haces eso cuando quieres que te cojan en brazos. Así que te cojo en brazos, con mucho cuidado porque eres tan pequeña que tengo miedo de que te rompas y me castiguen, como cuando rompí el jarrón de mi abuela, aunque fuera sin querer. Y cuando te cojo, me agarras la oreja y juegas con ella, y te debe parecer muy gracioso, porque empiezas a reír a carcajadas. Ríes tanto que puedo ver un pequeño diente que empieza a asomar por tu encía.

El pequeño diente que todavía conservas (a veces la evolución tiene pequeños fallos que nadie sabe explicar). Han pasado treinta años y lo que no entiendo ahora es como alguien puede no fascinarse contigo, mi niña preciosa. Felicidades.