dilluns, 11 de maig del 2015

La rutina de viajar


Hace poco, en un coche que no conducía yo, desde el asiento de atrás, mirando por la ventana un paisaje amigo pero poco conocido, me invadió la sensación de que ésa era de verdad mi vida. Viajar, moverme, hablar idiomas distintos a los que hablo en mi rutina diaria, descubrir caminos, admirar catedrales de madera,  jugar con niñas que acaban de conocerme. 

Comprendí de repente que una no ha nacido para estar entre cuatro paredes (las mismas cada día) rodeada de la misma gente, la misma música, los mismos olores. Que sí, que la familiaridad está muy bien, me da seguridad y me tranquiliza, pero mirando por la ventana de aquel coche sentí que lo que quiero hacer es andar, explorar caminos nuevos y de vez en cuando volver a pasear por los ya visitados, porque tal y como releer no es solo volver leer, reandar un camino no es solo andar por él de nuevo.

Ayer volví a sorprenderme en el tren deseando que ese viaje no acabara nunca. Ojalá pudiera deslizarme por las vías sin fin, sin destino, sin que nadie me espere en alguna parte. Solo viendo pasar los árboles, las amapolas, las ciudades. Disfrutar del paisaje mientras dure el día, y por la noche, cuando la ventana solo me devuelva mi reflejo, ignorarlo, desviar mi atención hacia las páginas de un libro, y seguir viajando.